Volar a las Islas Galápagos es como si estuvieras saliendo de Ecuador. Te hacen comprar un formulario (10$) para rellenar tus datos, una inspección especial de equipajes para que no traslades elementos orgánicos que puedan deteriorar las condiciones de las Islas incluido el perro que va olfateando todas las maletas colocadas en fila, si eres extranjero tienes que pagar 100$ para ingresar (los nacionales bastante menos)… Todo porque Galápagos tiene un régimen de protección especial para la preservación del ecosistema desde allá por el año 1998.
Llegamos desde Guayaquil a la
Isla San Cristóbal, a 1.000km Pacífico adentro en algo más de hora y media, una
pequeña isla de apenas 10.000 habitantes. Un aeropuerto pequeño, construido de
madera y un paisaje con vegetación bastante escasa te hablan de que estas en un
lugar bastante rural. La gente tranquila, muy tranquila, como ocurre en los
lugares pequeños (esto nos recuerda al pueblo del anuncio de Malibú). Con sólo
una pregunta a un lugareño para ubicarnos, nos ofrece alojamiento en su hostal
particular, sin agobios, una oferta abierta: “mi nombre es Fernando,
les llevo en taxi y si no les gusta yo les indico el hotel por el que ustedes
preguntan, sin problema”. Finalmente, Fernando Ojeda se convierte en nuestro
anfitrión y patrocinador de todas nuestras actividades ya que tiene hostal,
agencia de viajes y una pequeña trastienda de todo tipo de artículos de
niños. Lo mismo te alquila la bici, el equipo de snorkel o te vende la sillita
del niño.
A 50 metros se encuentra el paseo
de la playa y lo primero que llama la atención son los leones marinos (aquí los
llaman lobos) que ocupan la arena pero, también las aceras, los columpios y
parques o los bancos públicos. Cuando te has dado cuenta, llevas media hora
mirando cómo se mueven como quien está viendo un documental “de la 2” y los que
pasan ni se inmutan.
La lluvia que acostumbramos a
arrastrar con nuestro viaje parece que se ha quedado en el continente, la
temperatura es buena aunque está nublado y hay un resol importante. Dispuestos
con nuestra bicicleta, bañador, equipo de snorkel y crema de protección (aquí
lo llaman bloqueador) nos disponemos a visitar La Lobería, una playa a pocos
kilómetros. Colocamos nuestras toallas entre los lobos marinos que parecen poco
impresionados por la única presencia de tres humanos en la arena y ¡al agua!.
La sorpresa es que antes de que te cubra entero ya hay un fondo de piedras con
peces de colores espectaculares y cada dos por tres te encuentras una tortuga
de más de un metro que come el plancton tan tranquilamente, hasta se dejan tocar.
Y a la salida, los bordes de las rocas se encuentran invadidos por iguanas
marinas que campan a sus anchas. ¡Estamos estupefactos!. El resto de la tarde
la empleamos en visitar un centro de presentación de la historia de las Islas y
la playa Punta Carola donde la sorpresa son los pelícanos sobre las rocas a los
que te puedes acercar razonablemente. Despedimos la luz del día desde el
mirador del cerro de tijeretas exhaustos de tanta vida en libertad.
El día siguiente nos ocupó una
excursión a tres lugares fantásticos: la isla de lobos, el león dormido y la
playa el manglecito. Todo en ruta con una embarcación, 16 personas y un guía.
En todos los sitios hicimos snorkel pero, lo más espectacular fue recorrer un
paso un paso estrecho entre las rocas del león dormido y ver al fondo más de tiburones de metro y medio (ya nos habían asegurado que no está
documentado que hayan comido ningún turista). Dijo el guía que había más de 100 ejemplares. Podéis imaginar lo que se siente. Y otro momento feliz fue el rato que vino a la playa a un lobo marino joven a jugar con nosotros tres. Al principio yo estaba un poco desconfiado pero, después fue una maravilla nadar junto a nosotros, saltarnos, esquivarnos... chulísimo.
Y para terminar el día, habíamos
pensado ir a un restaurante a comer una langosta pero, nuestro amigo Fernando
nos dijo “Gasten en la Isla pero, no demasiado. Es mejor comprarla en la lonja
de pescadores y cocinarla en casa, les saldrá mucho más barato” y, dicho y
hecho. No sólo nos compró 5 colas de langosta sino que nos las cocinó y
compartimos mesa y sobremesa con él. Una conversación muy agradable haciendo
repaso de la situación política y económica del país, otro que nos habló bien de
Correa y que sonaba a real porque también hablaba de las cosas que no está
haciendo bien. Nos habló de lo que condiciona a estas Islas y sus gentes un
turismo dominado por las grandes empresas de cruceros que sólo visitan
fugazmente sus lugares, donde interesadamente no se potencia en el turismo que
recorre, se aloja y consume en sus pueblos. Aunque esto parezca otro mundo, los
patrones económicos llegan de igual manera.
Como podéis intuir la sorpresa en
San Cristóbal ha llegado por la impresionante fauna que vive sin amenazas
(aunque nos comiéramos las langostas), que son capaces de vivir sin inmutarse
de la presencia del hombre porque éstos también parecen acostumbrados a
respetarlas. Y por otra parte, gratamente sorprendidos por personas como
Fernando, que saben ofertar respetando los gustos del turista y son capaces de
excederse en sus atenciones. Todo bondad.
Para los futuros viajeros, si pueden encuentrense con Fernando, sus datos:
ResponderEliminarFERNANDO OJEDA
SULIDAE YACHT CIA.LTDA. Agencia de viajes y operadora de turismo
galasulidaetours@gmail.com
Tfno: (593 5)3010733 - 2520715
Celular: 092342097