En Guayaquil te matan, te roban y
te violan (esperemos que sea en este orden, dice Javier). Esté fue el
comentario de nuestro chófer con aspecto de boxeador mientras entrabamos a la
ciudad. Todo el mundo te lo dice, antes de que llegues todos te advierten de
los peligros y te asustan considerablemente. Entre eso y las pocas expectativas
turísticas de la ciudad, uno se acerca a Guayaquil con pereza. Sin embargo,
cuando llegas, los que viven en la ciudad te dicen que no es para tanto, que
hay que tomar las precauciones de cualquier gran ciudad y relajarse.
Te das cuenta de que estás en una
gran ciudad por el tamaño de sus edificios y de sus atascos. Dos millones y
medio de personas viven en la capital económica del país. Nos alojamos junto al
Malecón 2000, una obra espectacular para este país en la que han trasformado el
paseo marítimo en un lugar de recreo con jardines tropicales, monumentos,
centros comerciales, cines, un palacio de congresos… Eso sí, un lugar vallado y
en el que cada dos por tres te encuentras un policía que hace seguro el lugar.
Ha sido el espacio que ha concentrado nuestros paseos y descansos en esta
ciudad. En los alrededores, edificios administrativos y grandes bancos con una
tremenda actividad diurna que a partir de las seis de la tarde queda desierta. En
cualquier caso no os imaginéis Nueva York, tiene un toque antiguo y desaliñado
con un tráfico ruidoso y desordenado.
Aquí todo es grande, también la
cola de las personas que esperan su turno en el banco al que fuimos para que
Asier cambiara dinero. Habría más de cien personas sentaditas esperando a que
su número apareciera en la pantalla. La cuestión es que a nosotros nos indicaron
a qué ventanilla pasar sin apenas espera y delante de todos. Yo supuse que iban
a saltar a nuestra yugular en masa pero, resultaron gente pacífica y nadie
rechistó. Estos latinos son de otra pasta.
En nuestra primera salida
descubrimos que en el palacio de congresos se celebraba la feria internacional
del libro de Guayaquil y allí que nos colamos. Tuvimos la suerte de disfrutar
de un espectáculo cómico para niños, nos reímos un rato y pusimos la “nota turística”.
Al terminar me rodearon un grupo de niñas diciendo que les mentía cuanto cuando
negaba ser un personaje de telenovela (¡¡el padre de Grachie!! o algo así).
Finalmente se fueron con la duda. Después conversamos con los cómicos que
resultaron ser argentinos que están viajando por Latinoamérica gracias a sus
espectáculos. Gente simpática que están haciendo un sueño realidad intentando
vivir de su arte y animando a que las personas pongamos en práctica nuestros
sueños, como decían en el espectáculo. Visto el programa de la feria hemos
acudido a algunas convocatorias que nos han parecido interesantes pero, hemos
tenido menos éxito que con la primera. Un espectáculo de danza que nunca se
celebró. Nos dijeron que iban con retraso y que todavía estaban con la
presentación de un libro. La cuestión fue que nos tragamos una chapa indecente
y después ni hubo danza ni nadie preguntó. Nosotros tampoco lo entendimos. La
segunda fue un concierto de música latinoamericana. Resultó ser un grupo de
colegio que desafinaban bastante y tocaban peor. Cuando vimos que a duras penas
podíamos reconocer “El Cóndor Pasa” decidimos abandonar a los escasos 15
espectadores que abarrotaban el lugar. Total que nuestro intento por hacer una
aproximación al turismo cultural, como en Cuenca, no resultó nada fructífero.
La subida de las 444 escaleras
que llevan al cerro de Santa Ana da una vista bastante espectacular de la
ciudad. Lo subimos de día y de noche. Lo más curioso es ver una calle
arreglada, con casas y comercios de colores que también está vallada y vigilada
por policía, y justo detrás de la valla es una zona suburbial de auténticas chabolas.
Hemos visitado interminables mercados.
Empiezas queriendo ordenarte para verlo todo pero, finalmente te dejas engullir
por la magnitud sin saber muy bien dónde estás. Todos ellos con gran
agotamiento por el calor húmedo que hace en esta ciudad y por el exceso de
estímulo visual que supone.
Para celebrar el fin de nuestra
estancia en Ecuador hoy hemos ido a un restaurante de cangrejos (lo más
parecido que conozco son lo que llamaríamos nécoras) que al parecer son muy
típicos en esta zona. Con paciencia y mucha cerveza hemos disfrutado del
marisquito en una terraza del malecón.
Y mañana nos espera un vuelo que
nos hará retornar a casa. Con pena por lo que acaba pero, con satisfacción por
lo mucho vivido me dispongo a emprender el camino de vuelta. Después de un mes
uno tiene la sensación de que ha disfrutado mucho pero, también de una cierta
añoranza por lo propio, por la casa… Y como en otras ocasiones he comentado con
mi amiga Pruden, eso es muy bueno porque significa que uno sabe cuál es su
lugar en el mundo y cuando viaja no huye de nada sino que descansa de las rutinas
cotidianas. La vuelta de este viaje me permite experimentar el privilegio de
saber que en “mi” lugar encontraré familia, amigos, trabajo y ¡¡¡tantas
cosas!!!.
PD: No es el final. Espero que
desde casa y asentada la experiencia pueda compartir con vosotros algunas
conclusiones.
Por la mirada de esta última foto , y todo lo que nos has ido contando .... casi, casi podemos intuir alguna.
ResponderEliminarHasta mañana.