lunes, 15 de octubre de 2012

CUENCA, UNA CIUDAD IMPRESCINDIBLE



Cuando llegamos a Cuenca llovía, llovía a mares. Tanto, que le dimos pena al chófer de nuestro coche y tras ver nuestras caras decidió dejarnos en la puerta del hostal excediéndose en sus funciones. La verdad es que fue una lluvia intensa pero pasajera porque en estos días hemos tenido un tiempo de nubes y algo de sol. Como dicen por acá “el tiempo en Ecuador es loco”. La temperatura es fresquita porque estamos a 2500 metros de altitud. En nuestro viaje donde, como os decía batimos el record de los medios de transporte, también pasamos del nivel del mar a atravesar la sierra de 4000 metros para llegar a Cuenca.
Sólo es necesario un vistazo para reconocer  Cuenca como un lugar familiar. Sus casas de poca altura, encaladas, con calles adoquinadas y aceras altas, a cada paso una plaza y algunos soportales arqueados. Plagada de pequeñas iglesias, también blancas impolutas. Cuidadas fachadas de edificios coloniales, con aleros de madera y enrejados balcones. Cuenca es una ciudad limpia, tranquila, segura (por lo que dicen y por como uno se siente) y donde la calidad de vida es un don del que disfrutan sus gentes simpáticas. Cuenca es la ciudad más española de Ecuador además, es atravesada por un pedregoso río –el Tomebamba- cuya imagen perfilada con el desnivel de la Calle Larga produce un barranco que a algunos les recuerda las casas colgadas de nuestra Cuenca.





Cualquier lugar que hable de Cuenca utiliza la imagen de su impresionante catedral con sus cúpulas visibles desde toda la ciudad. Hemos dedicado largos ratos a pasear por sus calles y plazas. El mercado de las flores en el santuario Mariano, los puestos de artesanías de la plaza S. Francisco, el puente roto que una riada se llevó por delante, las cholas vestidas con sus trajes tradicionales vendiendo mandarinas y fresas riquísimas, los talleres de reparación y venta de sombreros “Montecristi”, las cuidadas tiendas de recuerdos… son imágenes imborrables.

De los alrededores, destacar el Parque Nacional de Cajas. Madrugamos para viajar en transporte público y ahorrarnos una pasta pero la cosa no nos salió muy bien. En la terminal los buses estaban llenos (preferían llevar a otros que viajaban más lejos) por lo que nos dijeron otro lugar para coger un autobús local. Este salía una hora y media más tarde. Menos mal que paseando encontramos un interminable mercado de frutas, verduras, carne, pescado y todo aquello que alguien imagine que puede ser vendido y nos perdimos entre sus pasillos ante miradas y olores de todo tipo, fue interesante. El bus fue a un ritmo de subida lento y dentro el ambiente era surrealista (vendedores de todo tipo y una señora que compra de todo, una chola que protesta por ir en el pasillo, un perro que comía gusanitos…) Total, que llegamos al Cajas a eso de las 12 de mañana y con tiempo únicamente para hacer una caminata de dos horas alrededor de la laguna Toreadora. Un paisaje pelado propio de los 4100 metros de altitud nos acompaño todo el camino y entre que dar un paso era un esfuerzo inmenso y hacía un frío que pelaba, llegamos al bar del parque que parecíamos un desecho humano. Para la vuelta, a esperar bajo una marquesina a que un autobús nos parara. Gracias al ánimo de una pareja de estudiantes ecuatorianos nos decidimos a hacer dedo a todo el que pasaba (cuestión nada recomendable en todas las guías de viaje a Ecuador) y esta vez nos salió bien. Un agradable señor nos recogió, dio a la calefacción del coche y nos amenizó con una agradable conversación: de nuevo terminamos hablando de la situación del país, de las infraestructuras, la buena gestión del gobierno y de lo ilusionados que están con este momento. Nos dijo que nos había cogido porque claramente no teníamos ninguna pinta de delincuentes. Otro buen hombre que se cruza en nuestro camino.


Cuenca tiene un aire de ciudad culta y como tal, nos acercamos a un concierto de la Orquesta Sinfónica de la Ciudad con la intervención de dos sopranos y un barítono cuencanos, con canciones populares ecuatorianas. Disfrutamos mucho de la música y del ambiente. También hemos saboreado la buena cocina de la zona en varios lugares selectos y con una buena relación calidad-precio y de las copas de frutas con yogur. ¡¡Ummmh!!!. Y hasta hemos comprado una peli (pirata) de cine ecuatoriano y la hemos visto en la sala común del hostal.
El ritmo tranquilo de la ciudad también nos ha dado para disfrutar de anécdotas. Llevamos todo el viaje confabulando una historia para poder contar a alguien y en Cuenca se ha dado la oportunidad. Lisa es una chica, bastante sosita, norteamericana de ascendientes chinos con la que coincidimos en el hostal, y que nos contó que buscaba una ciudad para vivir… Bueno, pues va a Asier y ante mi sorpresa empieza a contarle la historia. Somos tres hermanos que estamos recorriendo el país siguiendo los pasos del viaje que hizo nuestro padre por Ecuador y que cerca de morir nos contó que teníamos otro hermano aquí. Ahora vamos siguiendo pistas en su búsqueda de momento, sin éxito. Mientras tanto ella, boquiabierta y diciendo “tienen ustedes una historia de película” y yo no sabiendo cómo disimular que me estaba partiendo de risa. Hasta aquí una historia inocente pero, al día siguiente uno de los chicos del hostal nos dice que quiere hablar con nosotros aparte, dice que ayer oyó nuestra conversación con la china y que él tiene un primo hijo de padre español al que no conoce… y al oír nuestra historia cree que puede tener relación. Estupefactos, no sabíamos cómo salir de la situación: “es una historia larga… ya sabemos que no está en Cuenca… no, es imposible que sea tu primo”. Lo tranquilizamos, le agradecimos su interés y nos ofrecimos si podíamos hacer algo por su primo. ¡Menudo lío, por ser inventores de historias!
Anécdotas aparte, como el viaje va llegando a su fin y las fuerzas se van agotando, Cuenca nos ha servido para cambiar el ritmo y disfrutar de una ciudad elegante y amigable. Un lugar imprescindible en toda visita a Ecuador.




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