Cuando llegamos a Cuenca llovía,
llovía a mares. Tanto, que le dimos pena al chófer de nuestro coche y tras ver
nuestras caras decidió dejarnos en la puerta del hostal excediéndose en sus
funciones. La verdad es que fue una lluvia intensa pero pasajera porque en
estos días hemos tenido un tiempo de nubes y algo de sol. Como dicen por acá
“el tiempo en Ecuador es loco”. La temperatura es fresquita porque estamos a
2500 metros de altitud. En nuestro viaje donde, como os decía batimos el record
de los medios de transporte, también pasamos del nivel del mar a atravesar la
sierra de 4000 metros para llegar a Cuenca.
Sólo es necesario un vistazo para
reconocer Cuenca como un lugar familiar.
Sus casas de poca altura, encaladas, con calles adoquinadas y aceras altas, a
cada paso una plaza y algunos soportales arqueados. Plagada de pequeñas
iglesias, también blancas impolutas. Cuidadas fachadas de edificios coloniales,
con aleros de madera y enrejados balcones. Cuenca es una ciudad limpia, tranquila,
segura (por lo que dicen y por como uno se siente) y donde la calidad de vida
es un don del que disfrutan sus gentes simpáticas. Cuenca es la ciudad más
española de Ecuador además, es atravesada por un pedregoso río –el Tomebamba- cuya
imagen perfilada con el desnivel de la Calle Larga produce un barranco que a
algunos les recuerda las casas colgadas de nuestra Cuenca.
Cualquier lugar que hable de
Cuenca utiliza la imagen de su impresionante catedral con sus cúpulas visibles
desde toda la ciudad. Hemos dedicado largos ratos a pasear por sus calles y
plazas. El mercado de las flores en el santuario Mariano, los puestos de
artesanías de la plaza S. Francisco, el puente roto que una riada se llevó por
delante, las cholas vestidas con sus trajes tradicionales vendiendo mandarinas
y fresas riquísimas, los talleres de reparación y venta de sombreros
“Montecristi”, las cuidadas tiendas de recuerdos… son imágenes imborrables.
De los alrededores, destacar el
Parque Nacional de Cajas. Madrugamos para viajar en transporte público y
ahorrarnos una pasta pero la cosa no nos salió muy bien. En la terminal los
buses estaban llenos (preferían llevar a otros que viajaban más lejos) por lo
que nos dijeron otro lugar para coger un autobús local. Este salía una hora y
media más tarde. Menos mal que paseando encontramos un interminable mercado de
frutas, verduras, carne, pescado y todo aquello que alguien imagine que puede
ser vendido y nos perdimos entre sus pasillos ante miradas y olores de todo
tipo, fue interesante. El bus fue a un ritmo de subida lento y dentro el
ambiente era surrealista (vendedores de todo tipo y una señora que compra de
todo, una chola que protesta por ir en el pasillo, un perro que comía gusanitos…)
Total, que llegamos al Cajas a eso de las 12 de mañana y con tiempo únicamente
para hacer una caminata de dos horas alrededor de la laguna Toreadora. Un
paisaje pelado propio de los 4100 metros de altitud nos acompaño todo el camino
y entre que dar un paso era un esfuerzo inmenso y hacía un frío que pelaba,
llegamos al bar del parque que parecíamos un desecho humano. Para la vuelta, a
esperar bajo una marquesina a que un autobús nos parara. Gracias al ánimo de
una pareja de estudiantes ecuatorianos nos decidimos a hacer dedo a todo el que
pasaba (cuestión nada recomendable en todas las guías de viaje a Ecuador) y
esta vez nos salió bien. Un agradable señor nos recogió, dio a la calefacción
del coche y nos amenizó con una agradable conversación: de nuevo terminamos
hablando de la situación del país, de las infraestructuras, la buena gestión
del gobierno y de lo ilusionados que están con este momento. Nos dijo que nos
había cogido porque claramente no teníamos ninguna pinta de delincuentes. Otro
buen hombre que se cruza en nuestro camino.
Cuenca tiene un aire de ciudad
culta y como tal, nos acercamos a un concierto de la Orquesta Sinfónica de la
Ciudad con la intervención de dos sopranos y un barítono cuencanos, con
canciones populares ecuatorianas. Disfrutamos mucho de la música y del
ambiente. También hemos saboreado la buena cocina de la zona en varios lugares
selectos y con una buena relación calidad-precio y de las copas de frutas con
yogur. ¡¡Ummmh!!!. Y hasta hemos comprado una peli (pirata) de cine ecuatoriano
y la hemos visto en la sala común del hostal.
El ritmo tranquilo de la ciudad
también nos ha dado para disfrutar de anécdotas. Llevamos todo el viaje
confabulando una historia para poder contar a alguien y en Cuenca se ha dado la
oportunidad. Lisa es una chica, bastante sosita, norteamericana de ascendientes
chinos con la que coincidimos en el hostal, y que nos contó que buscaba una
ciudad para vivir… Bueno, pues va a Asier y ante mi sorpresa empieza a contarle
la historia. Somos tres hermanos que estamos recorriendo el país siguiendo los
pasos del viaje que hizo nuestro padre por Ecuador y que cerca de morir nos
contó que teníamos otro hermano aquí. Ahora vamos siguiendo pistas en su
búsqueda de momento, sin éxito. Mientras tanto ella, boquiabierta y diciendo
“tienen ustedes una historia de película” y yo no sabiendo cómo disimular que
me estaba partiendo de risa. Hasta aquí una historia inocente pero, al día
siguiente uno de los chicos del hostal nos dice que quiere hablar con nosotros
aparte, dice que ayer oyó nuestra conversación con la china y que él tiene un
primo hijo de padre español al que no conoce… y al oír nuestra historia cree
que puede tener relación. Estupefactos, no sabíamos cómo salir de la situación:
“es una historia larga… ya sabemos que no está en Cuenca… no, es imposible que
sea tu primo”. Lo tranquilizamos, le agradecimos su interés y nos ofrecimos si
podíamos hacer algo por su primo. ¡Menudo lío, por ser inventores de historias!
Anécdotas aparte, como el viaje
va llegando a su fin y las fuerzas se van agotando, Cuenca nos ha servido para
cambiar el ritmo y disfrutar de una ciudad elegante y amigable. Un lugar
imprescindible en toda visita a Ecuador.
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